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Cristian Calderón

La valentía como virtud ética según Aristóteles y el Bushido japonés

Para quienes tienen familiaridad con el Bushido, el famoso código del guerrero samurái del Japón feudal y moderno, popular previo a la restauración Meiji, sabrán que la valentía -traducido también como coraje- se cuenta entre una de sus virtudes principales. Su expresión era Yūki (勇気). La primera parte de la expresión, , está compuesta a su vez por dos caracteres: you (甬) y chikara (力). You significa “camino”, no solo el que andamos con nuestros pies, sino también por el que conducimos nuestra vida, similar a la expresión path, en inglés; chikara, por su parte, significa fuerza, poder, capacidad, influencia, o, en otras palabras, el impacto que ejercemos sobre algo otro. La segunda expresión de la valentía, ki, muy popular en el animé japonés, significa temperamento: una mezcla particular de lo vaporoso, el aliento, la energía y la ira. En resumen, yūki se refiere al temperamento de quien toma el camino de la fuerza, es decir, el guerrero.


Tanto para la cultura japonesa de los samuráis como para la cultura griega inspirada en la mitología, las historias de guerreros y hazañas militares fue un motivo de inspiración para la educación de las nuevas generaciones. Por ejemplo, los valores de fortaleza, intrepidez y coraje resultaban populares para los jóvenes japoneses que aspiraban a la vida samurái en el japón de los tiempos del sogunato (Nitobe 2013, 20-21). A ella se asociaba la dureza parental: la privación de comida, la exposición al frío y la nieve, descalzos, durante horas, para forjar la resistencia. Incluso los niños eran obligados a presenciar ejecuciones públicas. En Grecia, a su vez, encontramos los relatos sobre la cultura aguerrida de la sociedad espartana, pero también los diálogos platónicos donde, por ejemplo, Sócrates delibera junto a Laques y Nicias sobre la mejor educación de los jóvenes alrededor del valor. Allí, la valentía era cuestionada a partir de la definición de la persona valerosa como aquella que guarda su puesto en medio de la batalla, que no huye y rechaza al enemigo (Diálogos, 68).


En los tiempos contemporáneos, una interpretación semejante de la valentía para la educación, y más en una sociedad como la colombiana, tiende a ser más asociada a comportamientos machistas y a expresiones cotidianas como: “¿Va a llorar?”, “No sea gallina”, “¡Hágale, sea verraco!”, “¡sea varón!”, y otras similares. La valentía así vista resultaría ser una simplificación burda de la masculinidad que privilegia la perforación de los nervios, la brutalidad y el corte de raíz de las emociones más tiernas del corazón. Además, sería legítimamente cuestionada como una virtud propia del liderazgo. No obstante, tal interpretación también dejaría de hacer justicia a una comprensión más profunda de la valentía en dichas culturas. Lo que sí vale la pena rescatar de esta interpretación primaria es que, como virtud, ambos casos coinciden en definirla como algo que puede ser entrenado o formado. En otras palabras, al ser la valentía un modo de ser o una actitud que le importa a la educación, cae efectivamente en el conjunto de cosas que podríamos considerar una virtud ética.


Para Aristóteles, quien también considera a la valentía como una virtud, este asunto debe ser examinado a la luz de su teoría del justo medio si queremos evitar caer en extremos (Ética Nicomáquea). En particular, la valentía, nos dice Aristóteles, es el punto medio entre la cobardía y la temeridad. Aristóteles incluye además un punto de referencia desde el que nos invita a observar el justo medio, como si se tratara de las graderías de unos espectadores: “[e]n efecto, los ciudadanos se exponen, a menudo, a los peligros para evitar los castigos establecidos por las leyes, o los reproches, o para obtener honores, y por esto parecen ser los más valientes aquellos en cuyas ciudades los cobardes son deshonrados y los valientes honrados” (Ética Nicomáquea, 116a, cursivas fuea de texto). En este orden de ideas, los honores y los castigos nos invitan a ver a la valentía como un modo de ser que no se desarrolla en un medio del aislamiento sino en relación con los otros, es decir, con quien rodea u observa al guerrero.

Tanto Platón (Laques, 77) como Aristóteles (115b-10) definieron el miedo o el temor como la espera de un mal que está por venir. Se preguntaron también si el valiente teme cualquier mal, sea la infamia, la pobreza, la enfermedad, la falta de amigos o la muerte. Y Aristóteles, particularmente, identificó que las mayores alabanzas las reciben solo quienes han soportado los peores males, especialmente la muerte, por lo que habla una y otra vez del guerrero. Pero aclara que el valiente no deja de temer (de lo contrario no habría nobleza en sus acciones). El problema, más bien, es que a veces tememos lo que no debemos temer, o, por el contrario, confiamos en lo que no debemos confiar. La cuestión entonces radica en cómo identificar si alguien es o no valiente, y es aquí donde retomamos la idea del justo medio, siendo en este caso el cobarde uno de los extremos y el temerario el otro extremo.


¿Cuál es el extremo del cobarde?: su escasez de coraje y su exceso de temor frente al dolor (Ética Nicomáquea, 115b-10). Quizás al respecto de lo anterior hay pocas dudas, como quizás tampoco caben dudas cuando contrastamos la cobardía con el liderazgo: difícilmente una persona muy temerosa de los riesgos tendrá el valor suficiente para liderar un equipo. Si recordamos la historia de Hércules, básicamente no habría mito en caso de que él hubiere sido un cobarde. Sin embargo, Aristóteles nos advierte de la presencia de los honores y los castigos en la perspectiva del punto medio, e indica también que no son valientes quienes se exponen al peligro por miedo al castigo, por solo obediencia, o para obtener honores. Ante la presencia de la muerte, el cobarde también podría parecer valiente si actúa por miedo a un futuro castigo doloroso en caso de huir. Y, desde la otra orilla, ¿cuál sería el extremo del temerario? Aristóteles lo identifica en el exceso de coraje o audacia(Aristóteles 1993, 115b-116a). Si volteamos de nuevo nuestra mirada hacia el Japón, encontraremos intérpretes del Bushido que coincidirían con él en este punto. Inazo Nitobe, por ejemplo, rescata parte del pensamiento confuciano para afirmar que ****no es valiente ponerse en todo tipo de peligros y apurarse a la muerte (Nitobe 2013, 20). Esta actitud suele interpretarse como “valerosa” y termina por ser injustamente aplaudida. Morir por una causa sin valor era considerado como una “muerte de perro”. Aquí, Nitobe incorpora en la interpretación de la valentía el concepto de “causa” en el sentido de una misión u objetivo último, y también nos muestra cómo los extremos pueden ser muy similares, en el sentido en que la apariencia de valentía, tal y como advirtió Aristóteles, puede ser premiada con honores.


Tratándose de un asunto que recae una y otra vez en la actitud del guerrero, y retomando la sugerencia planteada más arriba acerca de la posibilidad de entrenar, formar o educar una virtud, podría pensarse que la valentía -al igual que el liderazgo- es un asunto para expertos entrenados; en otras palabras, un asunto para soldados**.** No en vano, por ejemplo, Simon Sinek (Leaders Eat last 2014) y Brené Brown (Dare to lead 2018) hacen uso de numerosos ejemplos de narraciones o diálogos de las fuerzas armadas de los EE.UU. en sus reflexiones alrededor del liderazgo. Aristóteles incluso estaría de acuerdo en exaltar las proezas de los héroes militares, especialmente las de los ciudadanos llamados a formar filas. Pero advierte que aquel al que llamaríamos “valiente entrenado”, siendo capaz de identificar, por su entrenamiento, los miedos a los que no debe temer, corre el peligro de huir cuando sienta un peligro excesivo a sus propias fuerzas (Aristóteles 1993, 116b). En ultimas, “los entrenados” temen más a la muerte que a la vergüenza, y terminan siendo cobardes. Incluso Platón (Laques, 61) se burla de Stesileo y su ridícula intrepidez a pesar de su reputación como maestro de esgrima, mientras exaltó el valor cívico de Sócrates en el ejército.

Lo anterior resulta ser otra coincidencia con el pensamiento del Bushido: para el samurái, la valentía no depende del “honor” conferido por otro, pues suele terminar en vanagloria o en la búsqueda de aprobación de otros a través de la fama (Nitobe 2013, 43). Por ejemplo, el compendio de Thomas Clearly sobre el Bushido rescata una advertencia del samurai Banzan Kumazawa: para el guerrero existe el peligro de desear una situación peligrosa que le dé valor a su reputación y aumente su fama, y en su afán suele terminar mal porque omite el riesgo alto de muerte y flaquea al momento en que lleguen las dificultades (2009, 62). Además, Kumazawa advierte de otro peligro por esa búsqueda de reputación, pues hay otros que quieren lo mismo, y querer demostrarse mejor que otro termina por expresar un desinterés por la vida ajena o la propia, una falta de humanismo, lo que no merece reconocimiento, sino aborrecimiento.


En este sentido, vale hacer una aclaración más sobre la valentía y consiste en su diferencia con el ánimo de los animales, especialmente aquellos que se sienten en peligro. La valentía, nos dice Aristóteles, no depende de ser combativo sin más, ni animoso creyendo que nada va a pasar, siendo ignorante del peligro (117a). Platón coincide con él (Laques, 75): no vale el arrebatamiento, la excitación o el empuje. No es una cuestión de precipitarse a la muerte, si bien, por supuesto, el coraje es necesario para el valiente en sus combates (117b). Estos filósofos griegos y algunos japoneses apostaban a la valentía como virtud siempre y cuando hubiese algo más que la falta o el exceso de coraje para examinarla, y ese “algo más” era lo que determinaba una “causa” o misión”.


Bibliografía


Aristóteles. Ética Nicomáquea. Madrid: Gredos, 1993.

Brown, Brené. Dare to lead. New York: Penguin Random House, 2018.

Kumazawa, Banzan. «Kumazawa Banzan (1619-1691).» En La mente del samurái: Una antología del Bushido, de Thomas Cleary, 59-66. Madrid: EDAF, 2009.

Nitobe, Inazo. Code of the Samurai. New York: Chartwell Books, 2013.

Platón. Diálogos. México D.F.: Editorial Porrúa, 2005.

Sinek, Simon. Leaders Eat last. New York: Portfolio / Penguin, 2014.


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